diciembre 29, 2010

Preocupaciones divinas

Hace algunos días, acercándose la Navidad me surgió la interrogante respecto de la necesidad de impregnar a mis hijos de una idea de Dios cuando yo mismo carezco de ella. Y evidentemente no significa que no tenga un concepto respecto del vocablo como tal sino que quizá prefiero ser más humanista en el sentido más literal de la palabra. ¿Navidad sin religión? Podrá parecer excéntrico pero en mi postura pragmático humanista me parece razonable al menos una vez al año respirar el ambiente tan especial que acompaña a esta época del año y que parece dibujar una muy especial sonrisa en el rostro de todos por un par de semanas, un halo de esperanza en la bondad humana es para mí la Navidad amén de los incontables y hermosos recuerdos que mis padres con no poco esfuerzo y milagros dignos de Reyes Magos y Santos en algunas ocasiones, se encargaron de darnos a mi hermano y a mí y que hoy con una inenarrable alegría revivo a través de mis hijos.

Es claro que tal posición agnóstica es el producto de diversas experiencias de toda índole que me llevaron a tomar ciertas decisiones en determinados sentidos respecto de la forma en que habría de vivir mi espiritualidad. Ese no es el tema aquí. La pregunta gira en torno a la necesidad de acercar a los niños a la experiencia religiosa cuando me parece que la misma es de cierta forma parecida a la afición futbolística y a un sinfín de cuestiones sociales, es cuestión de contexto. En casa de mis padres nunca hubo una postura religiosa practicante aunque si creyente y jamás nos detuvo en casa la transmisión de un partido de futbol por televisión y a mi padre jamás se le ocurrió escuchar un partido por la radio. En consecuencia, el futbol me desagrada pues afecta el tránsito rumbo a mi casa (siempre he sido sureño y el Azteca y el estadio universitario están por allá) y el relajado enfoque hacia la religiosidad en la casa paterna combinada con determinadas influencias, lecturas y demás situaciones devinieron en mi posición agnóstica.

En tales circunstancias, quizá valdría la pena preguntarse primero respecto de la viabilidad de que alguien en mi posición trate de poner en contacto a sus hijos con alguna experiencia religiosa. ¿Algo necesario? Hay quienes sostienen que es una vía de depositar cierta moralidad en el individuo con la ventaja de que en edades tempranas la apelación a figuras y criterios de autoridad más fácilmente puede modelar determinados rasgos de la personalidad por cuanto a orientaciones éticas relevantes e ideas de virtud y justicia. ¡Vaya tarea la que ha sido encomendada a la instrucción religiosa! ¿Honorable labor en lo ideal? Sin duda. Sin embargo, y eso puede ser algo que tiene que ver con mi personalidad, me resultaría demasiado sospechoso si fuera necesario. Tendría que aceptar que hay EL camino y que hay cavernas e ideas absolutas que sólo unos cuantos elegidos por motivos místicos o ignorados por todos los demás, pueden observar en su grandeza para después compartirlas con nosotros los pobres mortales e iletrados. Quizá, y eso es lo que más me preocupa, tendría que negar que la lucha puede darse desde otro frente con igual efectividad y honorabilidad por difuso que este último término suene.

Posiblemente se requiera más pláticas, tiempo y más esfuerzo para que un niño comprenda eventualmente, sin apelar a una figura de autoridad externa (por benevolente que se le presente), que existen valores a los que hemos dado contenido nosotros, los humanos, a través del tiempo y en muchas ocasiones a costa de cientos y hasta millones de vidas. Quizá la incipiente noción que tiene mi hijo mayor heredada de mis padres de que dios es alguien bueno que nos cuida a todos, sea una forma poética y hermosa de recordarnos a todos que debemos cuidarnos el uno al otro, que la solidaridad es un sentimiento que en la historia ha tenido grandes y notables ejemplos en los que se ha materializado y nos han conmovido aún en los peores escenarios y situaciones. Y es que quizá podemos acercarnos más por un camino diferente al contacto con el otro, al intento por comprender que devenga en colaboración y mutua ayuda con independencia de la arquitectura del templo o el nombre del libro. Quizá la clave está en la congruencia y el ejemplo, exigencias difíciles de mantener en ocasiones pero que sin duda, son común denominador de cualquier camino por el que se desee transitar en el proyecto de dotar a los hijos de elementos para que ellos mismos formulen sus decisiones de un modo informado cuando ello proceda. O quizá, es sólo que creo en mi proyecto de crear a dos hombres respetuosos de la alteridad y la diversidad en todos los ámbitos y cuyo centro esté puesto precisamente en el Otro y en las consideraciones y respeto que deben tener a sus posiciones ontológicas y epistemológicas para poder exigir iguales consideraciones a las propias.

La necesidad de usar una determinada serie de caminos me parece superada ante la validez de cualquier camino que sea congruente y considere al Otro como fuente y destinatario de la justificación de nuestras acciones como producto de una idéntica consideración y valoración de él frente a quien actúa. El respeto, la solidaridad, la ayuda, la sustentabilidad, la ausencia de corrupción y la pacífica resolución de todo tipo de conflictos quizá serían realizables así sin dar mayores ocupaciones, lata y preocupaciones a las divinidades.

diciembre 28, 2010

Evaluación anual

El único verdugo real de la humanidad lo es como Nietzsche lo señaló, el tiempo. Los años implacablemente transcurren y se quedan en cada marca de cada gesto de cada rostro.

Y es que en el gozo de ver crecer a los hijos se encuentran resumidas las esperanzas que persiguen mil esfuerzos. Ha sido un año difícil pero sin duda siempre se puede estar en una situación más precaria y en lo personal debo agradecer a la vida por permitirme proveer a las necesidades de los míos. Sin embargo, como padre me preocupa el futuro de mis hijos y es que hay tareas pendientes e ideas en el tintero que deben salir de ahí, que deben tomar forma de empeño y de acto, la potencia es una mera idea. En menos de año y medio estaremos como país envueltos en la vorágine política de la renovación de poderes de la Unión.

La evaluación periódica o anual es una obligación razonable de quien pretende mejorar lo que ha hecho. Constituye un elemento sin el que no se puede comprender una planeación estratégica efectiva. Interiorizar el impacto de nuestros actos presentes en las generaciones venideras o en ciernes, es de igual modo una obligación histórica de cada generación en su paso por la vida. Es quizá la trascendencia misma o la forma de materializarla. No es necesario ser actor público, político afamado (con independencia de los motivos de la fama), senador, diputado, Presidente de la República o concesionario de algún medio masivo de comunicación, la responsabilidad ciudadana deviene de la Constitución y de las prerrogativas de las que se goza por ostentar tal carácter al amparo de las disposiciones legales aplicables. Es claro que no se trata de una obligación meramente formal que deba ser letra muerta al trasladarse al terreno de los hechos.

El voto no puede ser un mero trámite y su recuento un proceso aditivo formalista para adjudicar posiciones de conformidad con cierto procedimiento aunque desde un punto de vista estrictamente práctico eso sea.

El ejercicio del sufragio es un pronunciamiento político, implica posicionarse políticamente respecto de cuestiones que tienen que ver con el modo en el que nos relacionamos al interior de nuestro país como individuos y órganos y con las posiciones que se postularán y deberán defender en el ámbito internacional por los representantes nacionales ante los diversos organismos de derecho internacional. Pero dejemos el argumento, que de por sí es difícil plantear en términos que no suenen aspiracionales o idealistas, tan sólo a nivel nacional. Amén de las desigualdades existentes en materia de oportunidades de toda índole, evaluar es una tarea inherente al hombre, una condición y tarea precargada como software en el cerebro humano y producto de la capacidad pero también necesidad de adaptarse que nos ha llevado a poblar el planeta entero.

Es innegable que en tales condiciones, los mexicanos como todos, evaluamos y ejercemos decisiones. Sin cuestionar la validez de diversas posiciones que pudieren existir y susceptibles de ser argumentadas en términos razonables de frente a sus eventuales opositores ni la posibilidad de existencia de posiciones radicales que por constituir datos aberrantes estadísticamente hablando sacaré del modelo que pretendo exponer, parece al menos intuitivamente que debe haber algún método o ciertos elementos necesarios en una evaluación razonable de las opciones políticas existentes y uno de dichos elementos sostengo que debe ser el ejercicio de la memoria de largo plazo. Una generación generalmente se contabiliza en periodos de diez años y los cambios sociales no se dan en el corto plazo. Las situaciones contrarias a nuestras expectativas sin duda frustran en el hoy pero no deben ser desaliento para el mañana. Los oasis no existen en política, son meros espejismos. Sólo el trabajo continuo y arduo que predique en el ejemplo dado a los pequeños es lo que sembrará en ellos una actitud cívica diversa, es lo que producirá mejores ciudadanos, mejores mexicanos. Estadísticas van y vienen, tendenciosas, con agenda o sin ella. Las evaluaciones en diversos ámbitos sociales de nuestro país no han sido de lo mejor. ¿Motivo para criticar? Sin duda, pero con responsabilidad. Si se ha de ser flamígero en la acusación se debe ser transparente en el ejercicio del poder y en la rendición de cuentas. La pobreza extrema que se vive en regiones pauperizadas del Estado de México y Veracruz por ejemplo, bastiones tricolores por excelencia, es soslayada o cínicamente ignorada por la telenovela y el caciquismo respectivamente mientras gastan dinero en campañas personales a manos llenas.

Nadie aspira a una política setentera de mítines y acarreos corporativistas que a nadie beneficiaron, la forma de hacer proselitismo sin duda ha cambiado grandemente con la llegada e intensiva utilización de medios de información masiva y más recientemente con internet. El punto es quizá que la venta de un producto político fabricado como necesidad ad hoc por parte del Grupo Atlacomulco me recuerda a personajes siniestros y obscuros de la política mexicana de la segunda parte del siglo XX. Ese es el nivel de renovación que hay tras los tricolores. Renovación que pretende obviar las explicaciones pendientes que tendrían que dar ante la situación que cuando menos, toleraron los regímenes príistas por décadas y que pusieron a diversas plazas del país en manos de la delincuencia organizada. Con independencia de que posiblemente haya habido desaciertos, es pueril plantear que en diez años de presuntos desatinos que se le imputan a los gobiernos blanquiazules, la situación ha llegado a lo que hoy vivimos. Es ridículo, pero no por ello dejan de intentar cómodamente obviar tal discusión que me queda claro que en este punto ya no es relevante a futuro pero si un elemento de valoración que debe contemplarse al escuchar discursos maniqueos de quienes nada hicieron por detener la escalada de las bandas delincuenciales que hoy nos flagelan pero se pronuncian por repensar las estrategias en materia de combate al crimen organizado.

¿Repensar? ¿Cómo se repiensa eso sin implícitamente evaluar renunciar como Estado a la obligación fundamental del mismo y que es la salvaguarda de la integridad física y propiedad de los ciudadanos? ¿Cómo se repiensa el ejercicio de la facultad coercitiva con que cuenta el Estado para mantener la paz social? Es tanta su insistencia en ello que creo entender por qué. Posiblemente se trate de la recomendación que formulan con base en la experiencia propia, con base en la negligencia de la cómoda inacción, de la complicidad resultante de no hacer lo que se debía en el mejor de los casos y de participar de los frutos de lo ilícito en otros tantos pues es claro que no se llega hasta este sitio en dos décadas. ¿Será que el corporativismo tricolor de antaño que todo lo avasallaba fue capaz de aglutinar también a los peores grupos de delincuentes y mantenerlos aparentemente a raya?

Evaluar, ponderar. Se avecinan tiempos difíciles para la República como cierto personaje de Lucas diría. Tiempos de responsabilidad que debemos a los que hoy juegan en nuestros patios y jardines pero también a quien no vemos a diario pero no por ello padece menos marginación. Tiempos de decidir por nosotros y por nuestro futuro, de ver e imaginar que algún día quizá debamos explicar nuestros actos a los que han de llegar. ¿Cómo les diremos si fallamos que recién andadas dos cuadras por un nuevo sendero extrañamos la oscuridad de siempre y que su futuro no nos importó más que nuestro hoy?


Marcos Joel Perea Arellano



diciembre 17, 2010

Desencanto y pluralismo de valores

Actualmente, un tema central en materia de filosofía política y moral es el del pluralismo de valores. Y es que la realidad política sabemos que supera por mucho a la ficción y con ello surge un común denominador en la teoría política desde Weber, el desencanto. Desencanto que conduce a un pluralismo  casi inversamente proporcional de cierta forma a lo profundo del primero en las sociedades modernas. Semejante postura y visión la encontramos en uno de los más relevantes pensadores políticos y morales del siglo XX. John Rawls al igual que Weber y Berlin (sólo hay que leer el título de su libro The Crooked Timber of Humanity"), me parece que desconfía tanto en A Theory of Justice como en Political Liberalism de la idea del bien común desde el momento en el que afirma que en la filosofía política, la labor de abstracción es puesta en movimiento por profundos conflictos (Rawls, 1996, Political Liberalism, p.44). Conflictos que se agravan sin duda en el contexto tan especial que tiene hoy en día lo que podríamos denominar quizá la cultura democrática moderna y las características que a ésta han dado en la última década sobre todo, los medios masivos de información y la incesante y vertiginosa tecnologización de las sociedades.

Rawls, parte así de la idea de la crisis generada por la Reforma y el desarrollo del Estado moderno y las ciencias, como conflictos que sirvieron de motor o mejor dicho quizá, detonadores de cambios profundos en la forma en que los individuos se coordinan en lo político tras el reconocimiento no sólo de los conflictos subyacentes en las sociedades, sino de la necesidad de avanzar a partir de ellos a formas diversas de relacionarse con el objeto de subyugar al miedo o desencanto que genera la idea del resultado en caso de no hacerlo. De ahí que Rawls pase del planteamiento teórico de un consenso social más amplio en A Theory of Justice a un consenso sólo en lo político en Political Liberalism al reconocer la existencia de esferas de las vidas individuales y colectivas que contienen a su vez, posiciones ontológicas irreconciliables, es decir, al reconocer el pluralismo de valores y principios.

La postura rawlsiana propone así una visión de lo que se podría, con fines explicativos y en ese sentido instrumentales, denominar "universo moral", como un lugar carente de un sentido objetivo inherente. El pluralismo se convierte así en un elemento dado que no puede ser sustraído por medio del razonamiento o desaparecido explicativamente. El pluralismo de valores sin embargo, no es sinónimo de relativismo y el uno no implica al otro pues el último no va al fondo que es la existencia y sobre todo, igual validez con que se pueden ponderar y que guardan los valores al ser unos puestos de frente a otros. Tal relación entre valores se debe a la falta de una medida objetiva que permita ordenar o jerarquizarlos y al hecho derivado del pluralismo de valores mismo y consistente en que no hay tal cosa como el bien común y que pueda servir como Bien para todo individuo y sociedad. En ese sentido, es de reconocerse que sin embargo, la mayoría de los teóricos que de algún modo se han ocupado de este tema reconocen la existencia de ciertos bienes básicos en el sentido de que deben formar razonablemente parte de toda vida humana y una legítima y gran variedad de bienes, culturas, religiones, preferencias sexuales o simplemente de propósitos que es válido perseguir o buscar, situación que contrasta con las teorías monistas que reducen todos los valores bajo la sombrilla de una escala o medida común o tratan de generar una jerarquía para ordenarlos.

La pluralidad de valores se presenta como el único camino existente y en un país como México, con la diversidad de etnias, lenguas, usos y costumbres, una necesidad. No hay un bien común ni un lugar cierto y único al que nos lleve lo que curiosamente llamamos progreso, quizá tan sólo somos una espiral cuyos puntos se mueven a su vez en espirales sin que la geometría tradicional pueda describir tales diseños, quizá se necesita teoría de fractales para aproximarse a ello, un lenguaje nuevo. Términos de una convivencia diversa en la que sin perseguir progresos impuestos y en la que nadie diga conocer el destino, caminemos en el rumbo que mejor nos convenga a cada quien respetando las mínimas reglas que nos permitan garantizar a todos precisamente eso.
Marcos Joel Perea Arellano

diciembre 14, 2010

De representación política y otras cosas

La crisis de la representación política no es un tema novedoso. El tránsito de la democracia directa a la representativa masificada e intensiva a grado superlativo en el uso de tecnologías de información masiva ha traído costos diversos a los sistemas políticos. El más grave en mi opinión, el costo de la desvinculación entre las dos partes en la relación que surge de la representación política, es decir, el abismo que separa al representado del "representante."

La afirmación anterior en nada desplaza en su importancia o pretende ignorar la existencia de otros costos preocupantes por su cuantía y en los que también se incurre en el modelo mexicano cuando la situación económica nacional no es precisamente la más afortunada. Sin embargo, pretendo en estas líneas limitarme a formular ciertas consideraciones en torno a la dramática distancia que existe entre los electores y los cargos de representación política. Distancia que es evidente en los niveles de abstencionismo existentes en los últimos procesos electorales federales y en los resultados recientemente dados a conocer por Transparencia Internacional en materia de corrupción y percepción nacional de la misma y conforme a la cual, instituciones fundamentales de lo que actualmente se entiende como un Estado democrático de Derecho como lo son el Poder Judicial y los partidos políticos, son vistos por nosotros mismos como generadores, receptáculos y fuente de corrupción.

Las instituciones formales por su lado, más por una tradición jurídica que no se justifica hoy en día, han mantenido ciertas modalidades de reelección en un calabozo y se ha decidido implícitamente con ello, generar incentivos perversos que no hacen sino mayor la distancia entre representados y representantes al impedir lo que por desgracia carece de una traducción literal al español (no creo que sea del todo casual), la "accountability" que mucho dista de ser meramente un concepto de responsabilidad y atribución de la misma a sujetos determinados a través de medios jurídicos formales. Se trata de una rendición de cuentas en un sentido más amplio que de cierta forma considero que se funda en las prácticas éticas y de moralidad institucional de cada país y el nivel específico de desarrollo de las mismas en el sentido rawlsiano de generación de un consenso en lo político con fines prácticos (no utilitaristas) y dejando de lado posturas ontológicas irreconciliables.

Ahora bien, si a los anteriores factores sumamos los penosos involucramientos de representantes populares con líderes de organizaciones criminales y sus evasivas e indolentes actitudes una vez conocidos dichos vínculos, no tenemos sino el caldo de cultivo perfecto para la descomposición final de la representación política. Un escenario en el que el diálogo no existe entre ambas partes de la relación sino que cada una de ellas trata de sobrevivir por sí. El problema es que los en estas condiciones pseudo representantes populares, cuentan con los medios para lograr tal objetivo mientras que los electores no son tan afortunados y en su carrera, se desapegan aún más por desinterés, de quienes en cualquier caso perciben como distantes salvo por la ocurrencia de cada proceso electoral.

La responsabilidad en el sentido de la accountability es una cultura que debemos aprender y hacer permear en nuestras sociedades en las que a veces parece que se ha desdibujado con nuestra complacencia la frontera entre lo razonable y lo que no lo es. Y es que en una sociedad civilizada en el sentido político de la palabra, no caben prácticas truculentas ni evasivas, las instituciones son contundentes y no toleran la corrupción en ninguna de sus formas. Si nos encontramos en desventaja ante la falta de incentivos formales para generar una conciencia en tal sentido en los políticos, podemos cuando menos ejercitar nuestra memoria un poco más y darnos cuenta del impacto que tal cinismo tiene en la estructura y el andamiaje institucional y social en el hoy. Al hacer tal ejercicio y sancionar a través del voto, quizá entendamos que no es momento de voltear atrás o hacia posturas redentoras de corte mesiánico. La situación del narco en nuestro país no surgió en los dos últimos sexenios, es un lastre consentido, apapachado y tolerado por anteriores regímenes cuyos descendientes pretenden ahora demeritar una lucha cruenta pero necesaria, se trata de peligrosos oradores que venden una paz mucho más costosa. Una paz cuyo precio somos nostros mismos.

Se avecinan dos años llenos de contiendas electorales en todo ámbito. El banderazo aunque no formal ha sido dado. Los tapados no se esperan a ser destapados, las ansias fluyen. No hay salvación en la inacción. Votar no es sólo una prerrogativa ciudadana, a mi modo de ver implica una obligación civil y debería cuando menos, entrañar algún ejercicio de memoria y conciencia que aprendan de los errores.





noviembre 30, 2010

DOES WIKI LEAK??

Las recientes publicaciones de Wikileaks en relación con cables de ida y vuelta entre el Departamento de Estado de los Estados Unidos y sus representaciones diplomáticas alrededor del mundo han generado todo tipo de reacciones en razón de la posición específica que cada uno de los actores de la esfera mundial guarda frente a las posturas de los norteamericanos en diversas materias.
Que las acciones de inteligencia y contrainteligencia fundan en gran medida la diplomacia misma y su ejercicio desde sus inicios, es un hecho irrefutable cuya negación no cabe ni a un mero nivel teórico. El punto por tanto, no es ese. Pues amén de lo incómodo que ha sido dar explicaciones para la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, al haber sido descubierto el cuchicheo tras bambalinas y a veces en los no más felices términos respecto de "naciones aliadas", la importancia radica quizá en la lectura que se tiene ahora de la agenda de los estadounidenses a nivel mundial. La radiografía de sus prioridades y la exposición de su cuerpo diplomático que sin lugar a dudas y con independencia de las formas que se deban guardar, algo se verá afectado en su capacidad de interlocución pues no conozco a mucha gente dispuesta a seguir platicando con el invitado que en su propia casa les ha tachado de irresponsable, autoritario, ha cuestionado sus capacidades de decisión o peor aún, las mentales.
Que Wikileaks sea un grupo terrorista como lo han señalado en medios la Secretaria de Estado es sin duda alguna, una afirmación exagerada y fuera de contexto y que en algo considero que atenta contra la tan vanagloriada libertad de expresión que adoran los estadounidenses pues vale la pena apuntar que nadie ha desmentido el contenido o procedencia o autenticidad de los documentos indebidamente divulgados. Si, que la divulgación es ilegal, es cierto, nadie lo pone en duda. Pero tampoco pondría en duda que siendo documentos auténticos algún efecto tiene pues la propia señora Clinton consideró importante contactar a sus homólogos en diveros países y como siempre ha dicho mi padre: explicación no pedida, acusación manifiesta. "Calumnia que algo quederá" quizá sea una frase en algo cierta y alguien debería releer a la señora Clinton el fragmento de Macbeth en que se lee: "Everything we do and everything we say matters." Como se diría en ajedrez, "jaque" señora Clinton.
Marcos Joel Perea Arellano

noviembre 24, 2010

¿"Héroes civiles"?

La reciente muerte del señor Alejo Garza en el estado de Tamaulipas a manos de sicarios relacionados con el narcotráfico ha detonado todo tipo de comentarios en medios masivos de información incluyendo el internet. El señor Garza murió tras enfrentar el solo a un comando armado de criminales cuyo líder le había ordenado abandonar su propiedad
Y es que morir defendiendo de maleantes lo que es de uno como lo hizo Don Alejo, es sin duda alguna honroso y loable de frente a morir siendo un criminal y repeliendo a las fuerzas del orden al ser perseguido, de ello, insisto, no cabe duda en mente sana.
Sin embargo, debemos tener cuidado con el modo en el que calificamos los actos valerosos como los desplegados por el señor Garza.
La guerra contra el crimen organizado en nuestro país ha generado y día con día genera bajas no sólo entre los bandos directamente involucrados en librarla sino también, entre la población civil.
Por ningún motivo se me ocurriría poner en tela de juicio la evidente valentía de "Don Alejo", como se le conoce en los medios, y la que sin duda han mostrado en algunos otras plazas de nuestro país cientos de víctimas anónimas de este encarnizado conflicto al defender lo que es suyo o peor aún, a los suyos. Solamente me gustaría recordar que hay deberes encargados al Estado como la salvaguarda de la integridad de los ciudadanos. Deberes en los que hay un grave déficit en nuestro país como se ha reconocido por el gobierno federal pero contra el que se está peleando como nunca antes. Me preocupa quizá que en los medios, los comunicadores empiecen a encomiar este tipo de conductas calificándolas de heroicas cuando en realidad se trata de víctimas que caen abatidas por un problema que parece habernos rebasado en ciertos rubros como sociedad. La justicia por propia mano está prohibida en nuestra Constitución. En la medida que demos contenidos diversos a términos en los que hay claridad corremos el riesgo de justificar acciones brutales. Después de todo, los muertos de Tláhuac aún me parecen recientes y no creo que haya tantas formas de interpretar una prohibición.
Cerremos pues filas con el gobierno a través de la denuncia y el cuidado, viendo los unos por los otros e integrándonos como al principio de la humanidad, por el bien y la integridad común. Es una batalla difícil, pero somos más quienes salimos diario de casa para buscar llevar el alimento a los nuestros por medios honestos que los que no lo hacen así. Sin cobardías pero creo que exponernos al fuego cruzado no nos dejará sino sólo mayores pérdidas.
Descanse en paz una víctima valiente que no es un ejemplo sino un motivo de reflexión.

noviembre 18, 2010

VIENTOS DE CAMBIO

La decisión que conforme a estricto derecho adoptó el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) en días recientes, en torno a la validez de la candidatura de uno de los personajes del panismo para ocupar la dirigencia de Acción Nacional abre una nueva posibilidad a la derecha mexicana. Posibilidad que debe sin embargo, fundarse no sólo en un acatamiento material irrestricto a lo dispuesto por el TEPJF en congruencia con una historia partidaria de democracia interna y aprecio por la legalidad, sino en una convicción profunda de miras muy altas que pueda usarse como el cemento que haya de dar unión y fuerza a la construcción de un porvenir, como sea que lo imagine el actual partido en el gobierno.
Las diferencias son un elemento dado en la arena política pero estará siempre en los actores la decisión de canalizar la energía en torno al conflicto hacia la construcción de acuerdos. Los partidos, instituciones políticas sin los que la democracia representativa moderna es inimaginable, son la vía para estructurar demandas ciudadanas y hacerlas llegar al ejercicio del poder público. Los partidos, nutren de esta forma la vida política nacional. La negociación y la transacción razonable son elementos sin los que no es dable sentarse a mesa alguna de discusión que pretenda ser fructífera.
Los argumentos deben subir su calidad, las propuestas ser contrastadas con el actuar de la gente y se debe exigir congruencia a los actores sin importar si es la derecha, el centro o la izquierda quien se ha de renovar. A fin de cuentas, 'hechos son amores y no buenas razones' y la ratificación o sanción de la confianza ciudadana a sus representantes ocurre de modo periódico (amén de los pocos incentivos de rendición de cuentas que tiene el sistema por el tema de la reelección).
La participación de todos los actores en la contienda por la dirigencia blanquiazul es válida como lo ha resuelto la única autoridad facultada para decidir sobre ello. El tema debe quedar superado en todo sentido y debe zanjarse toda diferencia que impida la cohesión que requiere esa corriente. El desagradable surgimiento de fuego amigo por medios informáticos no es algo que se pueda capitalizar en forma alguna o que genere buenas inercias, cuestiona por los motivos incorrectos y debilita en un mal momento.
En el marco del festejo del centenario de la Revolución Mexicana quizá valga la pena pensar en llevar al cabo otra, una revolución mental. Una revolución que arranque la venda de los ojos de una vez por todas a quienes pretenden obtener resultados diferentes pero no quieren abandonar la comodidad de su nicho de confort y hacen todo como siempre lo han venido haciendo. Una revolución personal que sea encabezada por cada hombre y cada mujer en su fuero interno y que conlleve honestidad, responsabilidad social y ejercicio de autocrítica. Una revolución que se replique en las nuevas generaciones para que no se cometan los mismos errores y se camine finalmente por nuevos senderos. Es momento de pensar en un futuro mucho más próspero para los nuestros pero ello implica sacrificio, tenacidad y trabajo hoy.
Quizá es tiempo de hacer las cosas de otro modo, de dar cabida a ideas renovadoras (que no renovadas) e imaginar un México joven, fuerte y moldearlo, darle vida en nuestras manos. Celebro por tanto, la decisión del TEPJF por las posibilidades que considero abre hoy para un replanteamiento de Acción Nacional, para repensar una corriente, pero también, para repensarnos todos quizá.

Marcos J. Perea Arellano

octubre 28, 2010

Desmitificación, destrascendentalización y responsabilidad

Reflexionando en torno a lo que Habermas sostiene en el sentido de que toda afirmación entraña una pretensión de validez universal, comencé a pensar en torno a la forma en que hemos convivido como especie en el plano de las relaciones, orígenes y consecuencias del poder. En el plano de la política.

La ignorancia, expresada como término sin carga peyorativa, en un principio dotó de misticismo al acontecer político. En tal virtud, tomaron relevancia los ritos complicados, oráculos, sustancias, piedras, sitios, ofrendas, sacrificios e incluso, tristemente, guerras y muerte. Era lo ultraterreno y los rituales con ellos asociados lo que dotaba de validez a los actos humanos, eran de algún modo lo que Kelsen denominaría, un referente de significado.

El desarrollo no sólo tecnológico sino del liberalismo y el individualismo también, han cambiado de manera radical el paisaje a través del tiempo.

El recurso del mito ante lo inexplicable o ignorado que se justificó en cierto momento y sirvió de base para justificar actos de cara a terceros dejó poco a poco de dar las respuestas a todas las interrogantes planteadas. Así, la secularización parcial y gradualmente fue dando cabida a prácticas que en un principio fueron tachadas de paganas y que hoy por hoy, dan forma a la civilidad y las instituciones democráticas.

¿Nos hemos desprendido entonces del mito? Claro que no. Las cargas rituales de la civilidad no dejan de ser un girón de tela que aún huele a misticismo en forma de trascendentalismo añorante. Y es que la política y el intento de dotarle de contenido, extensión y significado es una tarea política en sí misma. La afirmación política por tanto y con independencia de la arena en que la misma se presente, no ha dejado de pensarse, plantearse e incluso estudiarse como una expresión con pretensión de validez universal porque el lenguaje de lo político así como ciertas prácticas en torno a ello, evidentenmente están dotadas de cargas normativas desde que la gente que las expresa imprime en ellas el sello del lado que han escogido y lo hacen con el afán de prevalecer por encima del otro en el sentido más político de la palabra. El recurso al mito sigue ahí. Lo que es cuestionable es su utilidad en un mundo sin universalidad a la cual aspirar.

En un mundo así, vale más temprano que tarde comenzar a imaginar formas nuevas de convivir aún en lo político que nos suelen vender y solemos comprar como algo fundamental a usanza de Schmitt. Vale más, detenernos y comprender que sin un rumbo único se debe negociar y conciliar pues nadie tiene La Razón ni podrá tenerla jamás. Lo valioso de la expresión de Habermas radica en que pretende sin duda, dotar a nuestras expresiones de cierto sentido de responsabilidad inherente y por tanto, que la misma se extienda a sus consecuencias. Sin embargo, tal pretensión no sólo asume e implica necesariamente el uso de un lenguaje trascendental que es sólo vecino de habitación del mito sino que anula de un plumazo nuestra capacidad de generar realidades diversas y la posibilidad de construcción de consensos basados en razones y justificaciones entre nosotros con base en el ejercicio de un diálogo en el que exista una conciencia de respeto y responsabilidad sin que los mismos estén referidos a La Verdad o La Razón sino que su foco sea lo Humano, el Otro. Una conciencia cuya "razón" y "verdad" sean contingentes pero compartidas en conjuntos que se empalman, se intersectan y a veces nunca lo hacen. Una conciencia de que vivimos en un escenario en constante caos y contingencia en el que quizá sean las cosas como las planteó Oakeshott. Todos estamos en altamar, en una misma nave y sin la certeza respecto de la existencia de un puerto seguro; sin duda, el mejor camino sería hacer todos lo mejor posible para no naufragar.

octubre 27, 2010

DE TRANSPARENCIA Y CORRUPCIÓN

¿Es el combate a la corrupción una obligación exclusiva del Estado y de los tres órdenes de gobierno? Es evidente que resulta fácil y tentador responder afirmativamente a tal interrogante. Sin embargo, tomar tal atajo nos lleva a senderos que también parecen poco claros y en nada responden o nos dotan de elementos para ubicarnos en el problema real.

La corrupción, percibida desde la óptica estrictamente ciudadana parece ser toda desviación de la normalidad institucional o de la función pública atribuíble a un servidor público y que se actualiza por virtud de privilegiar consideraciones particulares sobre las institucionales o colectivas con el fin de obtener un beneficio indebido o evitar un perjuicio debido. Tal concepción empero, es a todas luces parcial pues lo corrupto no se enquista o aloja exclusivamente en lo burocrático. Lejos de ello, las relaciones de corrupción son intrincadas y generalmente superan las esferas institucionales pues en muchas ocasiones también, se trata de ralaciones bi o plurilaterales en la que diversos actores se coordinan y alinean en sus acciones para la obtención de fines ilícitos.

La corrupción, su estado actual y la defensa de la sociedad ante tal flagelo resultan entonces temas compartidos en esta y en toda sociedad. No se pueden entender en su papel a las autoridades fiscalizadoras sin la contraparte ciudadana de la denuncia. De igual modo, poco productivo resulta tratar de enmendar acciones corruptas en ciudadanos formados cuando tal labor debe para ser efectiva, empezar desde la más tierna edad, en casa.
Impregnar la vida de los infantes de principios sólidos de respeto a la alteridad, a la propiedad ajena y a la justicia (por vago que resulte este último concepto en casos límite), es imperativo para cada familia pues es el niño que hace trampas hoy en sus juegos y se le permite, involuciona en el ciudadano que defrauda, miente y con su negligencia y desprecio por los demás hace daño a la sociedad en su conjunto, es el corrupto del mañana.
Cierto es que nuestro país por mucho dista de ser ejemplo de transparencia y ausencia de corrupción a nivel global. Cierto es también sin duda que las baterías del gobierno mexicano en este sexenio como nunca, han encarado la lucha contra la ilegalidad en todos los frentes posibles e incluso que en la más cruenta de sus trincheras han muerto muchos compatriotas. Cierto resulta igualmente afirmar que la tarea no está acabada por el lado del gobierno... ¿Pero no es igualmente cierto que la situación en que vivimos no la generó el gobierno solamente? ¿No es igualmente cierto que en nuestras trincheras personales a veces desdeñamos el orden y la legalidad por privilegiar soluciones más relajadas que nos acercan peligrosamente a fronteras de por sí poco claras entre lo debido y lo indebido? ¿No es cierto que manejamos a veces un doble discurso y una doble moral entre nuestro fuero interno y el público?
La lucha contra la corrupción requiere de cada mexicano, de su compromiso y responsabilidad; de cada conciencia, de cada voluntad y de cada denuncia. Requiere de todos y cada uno de nosotros mirando de frente, decididamente y de una vez por todas, al país que queremos para nuestros hijos.

junio 21, 2010

Congruencias partisanas

No nos engañemos, la realidad política que vivimos es resultado de una serie de pactos como los que ocurren dentro y fuera de las instituciones polítcas formales de cualquier país. En los salones de sesiones pero también en lo guardado, en lo obscurito. Así es la política, comprende de algún modo todo el actuar humano.

Ahora es el PRI quien "acusa" indignado y desencajado la existencia de elecciones de Estado y acarreos y demás. Han cruzado el río y ahora perciben las cosas desde la orilla opuesta. No es más. Y es que una vez alcanzado el cargo, el partisanismo implica necesariamente tender la mano al compañero correligionario. Quizá ello parezca razonable aún al más idealista y romántico. El problema surge cuando dicha posición se confunde y se transforma en complicidad y encubrimiento. En ese momento se ha cruzado el umbral de la ilegalidad para entrar en un terreno del que no hay retorno porque los engranes del Estado no paran su curso. Se ha ingresado al terreno de la traición de una representación política de por sí desmejorada, pálida y con pocos medios para reanimarse en el marco del actual andamiaje institucional.

Cruzado dicho umbral ya no importa la adscripción, no hay distinción de colores o tendencias, se ha superado toda barrera de esa índole por preservar la congruencia del militante, del simpatizante; en realidad, para autopreservarse a costa de la propia institución que representan y de la que forman parte.

Las conductas cuya sanción hoy con dedos flamígeros reclaman algunos, son aquellas en las que una y otra vez incurren todos en mayor o menor medida. Unos se cuidan más, otros hasta para eso son negligentes. El cinismo insultante de negar lo evidente; se trate de videos o grabaciones, debe recordarnos que aunque no contamos con la figura de la reelección que tanto bien traería a este país amén de posturas infundadas; al menos tenemos una ocasión para sancionar de algún modo a quien no haya hecho su trabajo. Es de nosotros de quienes depende que la complicidad y el encubrimiento no se perpetúen con independencia de su origen y de filias y fobias personales. Seguir pensando que todo está bien me recuerda tanto a Brecht pues quizá nadie diga nada cuando vengan por nosotros.

mayo 31, 2010

El dinero no se puede comer

La tragedia del último derrame en el Golfo de México y la falta de control ex ante y ex post en este tipo de situaciones, pondrán en evidencia eventualmente una cosa: que el dinero no se puede comer.

Me parece en verdad insultante que se ordene la cancelación de toda perforación profunda en la zona y simultáneamente se acompañe tal instrucción con el aderezo de una corrupción conocida por ser ésta un secreto a voces y se levante el dedo flamígero contra ella. Demasiado tarde.

Eventualidades, imprevistos, siempre los ha habido y los habrá, la discusión me parece que no es esa. Considero que sin caer en el error de sostener a ultranza la utilización de bio-combustibles cuyos altos costos e impactos sociales han sido estudiados en otros lados, no puede en forma alguna desvincularse el tema de responsabilidad del de la exploración de combustibles fósiles.

Asumamos la realidad, no se vislumbra en breve término al menos, un giro en la forma que tenemos de transportanos y mover el mundo en el que vivimos. Las necesidades cada vez crecientes demandan que la oferta se responsabilice por la forma de generación de la misma en un mundo compartido y con ecosistemas endémicos de fragilidad comprobada. La sustentabilidad no es un término académico, es una exigencia a la que todos de un modo u otro nos hemos resistido pero sin la que no hay futuro viable.

No pretendo desdeñar en modo alguno la relevancia específica de diversos temas en la actualidad ni encarar las furiosas reacciones de quienes ansían vitorear hazañas deportivas en breve, sólo quizá plantear que el desinterés por ciertos temas me hacen preguntar a veces si no es más importante velar por la salud de los de casa. Los efectos de lo que hoy pasa, los viviremos y sufriremos por décadas por venir. Derrames anteriores lo demuestran así. Quizá es la inconsecuencia la que me hace preguntar hasta cuándo nos daremos cuenta como lo hizo el indígena americano, de que el dinero no se puede comer.

mayo 24, 2010

Solidarity versus Objectivity

The distinctive feature of post philosophical pragmatism is probably the substitution of objectivity for a more democratic term: solidarity.

From this particular point of view, philosophy can no longer claim to be the mother of all sciences, one which holds and deploys the one and only valid vocabulary. Our understanding of what constitutes valid knowledge from an epistemological point of view broadens its horizons to different and various forms of what has been called "cultural criticism" which transforms philosophy into simply another discipline among the rest of them. One which is historically and context biased as any other branch of human behaviour.

Pluralism and secularization therefore represent the keys which will close the chapter of metaphysics, epistemology and foundationalism.

In this vast and uncertain field, the multiplicity of realities and approaches to the social realm, every theory seems to be affected by relativity and it sure is. That might be the way to go if we are to question our realities in pursuit of a better future.

mayo 17, 2010

Te encontré.

En cada amanecer que te evoca en su calma.
En cada beso, abrazo, que la luna daba a mi alma.
En la sonrisa eterna de cada niño, de cada anciano, de cada amigo.
Lo hice entre la humedad de unas sábanas que te desean casi tanto como yo.
Ahí, recostada, haciéndoles sentir que son eternas, como por tí lo soy yo.
En la esperanza que da cada día.
En el suspiro de quien espera …
En la mano que se tiende.
En el llanto que se llueve.
En la vida que sin ti me agota.

En cada uno de mis días.
En cada uno de mis pasos.
En cada uno de los momentos en que te pensé sin saber que si existías.
Te vi cernida sobre mi como la luz por las persianas.
Como el aire que da vida.
Como el universo que no acaba.

The man behind the mirror.

mayo 14, 2010

ESPERANZAS VIGENTES Y EL FIN DEL PLATONISMO

El pragmatismo como postura filosófica, en una de sus vertientes más serias representada por Rorty nos presenta una forma diversa de aproximarnos al fenómeno que denominamos verdad o realidad.

La verdad o realidad son así objetos carentes de una teoría filosóficamente interesante tras de sí. Para el pragmatismo, la verdad es simplemente una propiedad o característica que comparten todos los enunciados ciertos y no más; razón que implica necesariamente que hay poco, si es que hay algo que decir, respecto de tal propiedad o característica. Ejemplificando, desde la óptica pragmatista, el afirmar de un modo moral normativo un determinado enunciado como "bueno" y reconocer tal característica en similares enunciados, no implica la posibilidad de generalizar y obtener algo útil de la generalización de tal característica que afirmamos puesto que el hecho de afirmar determinado enunciado o la adquisición consciente de una creencia, es tan sólo una justificable y valiosa acción en ciertas circunstancias específicas.

En este escenario, la postura pragmatista plantea el desgaste del platonismo como modo de explicar las cosas al haber perdido su utilidad. Lo anterior, en nada implica que los pragmatistas cuenten con un nuevo conjunto de respuestas a las preguntas platónicas tradicionales sino que incluso van más allá; plantea la necesidad de abandonar tales cuestionamientos. Tampoco, el pragmatismo postula teoría alguna sobre la naturaleza de la realidad, el conocimiento o el hombre en la que no existan la verdad y el bien, razón por la que se le ha tachado a esta corriente de relativista y subjetivista. Se trata simple pero complejamente de un cambio de objeto de discusión. En "Consequences of Pragmatism" (Rorty, 1982) el autor compara tal postura y la expone como análoga a la que ocuparon los secularistas al urgir a las autoridades eclesiásticas a dejar la "investigación" respecto a la naturaleza y voluntad divinas. En el fondo, el cambio de paradigma consiste en un cambio de lenguaje. En el uso de un conjunto de herramientas diferentes para aproximarnos al terreno de lo social como algo que todos compartimos. Algo por tanto, respecto de lo que no es válido imponer posturas basadas en un presunto conocimiento no compartido pero adquirido por virtud de poseer capacidades especiales que permiten a unos cuantos elegidos ver, a diferencia de los comunes, escencias y rumbos a seguir.

El cambio radica en la generación de un lenguaje común que sea "verdadero" en la medida que funcione en nuestro contexto específico y sea compartido como resultado del debate de las ideas en condiciones de igualdad. Así, la actividad filosófica compleja por lo ambiguo de su objeto, se acerca un tanto a la poesía en tanto plantea mejores escenarios posibles que sólo podrán ver la luz en la medida que la solidaridad nos haga mirar hacia nosotros mismos, voltear a nuestros semejantes y no a la caverna inexpugnable en busca de escencias y verdades inmutables que contemplar.

Marcos J. Perea Arellano

mayo 13, 2010

IS A SCIENCE OF POLITICS POSSIBLE?

In asking this kind of question we are really and implicitly asking whether a science of society can exist, that is the main question. A science in its full sense like the ones we have developed for the study of nature and its phenomena. Is that possible? Political science and more generally put, social sciences are studied and taught in every of such departments at hundreds of universities all over the world. Is it science what we use when we engage in the study of social behaviour? If the answer is yes, everything appears to make sense but what if not? Sense? According to which standards? What are we doing if we are not engaged in science when we study social and/or political phenomena? Is it mere descriptions that we can make which are therefore mere opinions and no true knowledge? Is that all we can hope for?
The answer to the main question, from which it is obvious that the rest derive, can be better understood if we distinguish, as Winch[1] rightly does it, between the way in which we understand natural and social phenomena. In the former, our understanding is given in terms of cause and effect, causality; whereas in the latter, our understanding of social phenomena involves such terms as motives and reasons for actions, motives and reasons which are of such complexity that they cannot be reduced to a link within a chain of causally connected events. It was probably the influence of the tradition in western culture and its search for truth that got us into its inertia and made us look for the alleged objectivity that political science and its scholars claim for their studies and activity. An objectivity which it is said, can only be achieved through the strict and dispassionate use of a rigorous method and which takes form in law-like generalizations, the objectivity and certainty of science. Can we study society in such a way?
As we have said before, the distinction lies in the different terms with which we understand and therefore explain the natural and the social. Generalizations in causality are of an empirical nature whereas when we talk about generality in relation to reasons for action we have to appeal to rules instead. Eventhough we normally use terms of causal explanation and apply it to human behaviour what we are doing is to indicate what is being explained as to its origins but we are saying little if anything about how it is explained or how the explanation in itself looks like.[2]
Winch argues that the nature of philosophy and the nature of social studies amount in the end to the same thing: any study of society must be philosophical in character and any worthwhile philosophy must be concerned with the nature of human society.[3] Social sciences must therefore be philosophical, because philosophy does not only solve linguistic problems and is not only limited to the underlabourer conception criticized by Winch.[4] For while scientists investigate the nature, causes and effects of certain particular and real things, the philosopher is busy asking for the nature of reality as such and in general, he asks for what is real and this is a question which presupposes the problem of man’s relation to reality, a problem which puts us in a realm beyond pure science in which empirical methods cannot help for the question is a conceptual and not an empirical one. Philosophy does therefore not prove or disaprove the existence of the world but elucidates the concept of externality in itself. It is therefore needed in the studies of society, that we engage in a philosophical discussion of language because doing so is indeed to discuss what counts as belonging to the world. This is definitely a kind of inquiry which is radically different than the ones with which science is concerned and can solve. Therefore, the question of what constitutes social or political behaviour is a demand for an elucidation of those concepts, a philosophical elucidation for philosophy is to give an account of the nature of social phenomena.
If the subject matter of empirical and conceptual enquiries is different there must be a difference related to our claim for understanding something depending on what realm it belongs to. And the problem is that intelligibility of the social and/or political varies according to its context, which only adds to our intuition that there are only different ways of perceiving things, different realities in other words and not a single and perennial metareality to be discovered or elucidated. This leaves no space for law-like generalizations of the kind used by natural sciences. Winch says that social behaviour becomes meaningful behaviour when it is rule governed, that is to say that we study people with conceptual schemes and human practices which are both context dependant and in which the behaviour acquires its meaning or its symbolic character for it is group-life what the existence of concepts depends on.[5] It is only within a conceptual scheme where actions can be given a subjective sense (Sinn). Principles, precepts, definitions and alike derive their sense from the context of social activity in which they are applied and are therefore incompatible with the kind of explanation that natural sciences offer.
Hence, we are to explain human behaviour without appealing to causal law-like generalizations about the individual’s reaction to his enviroment but to our knowledge of the context which gives meaning to his actions and this necessarily presupposes our studying of social institutions and ways of life.
One characteristic difference between an empirical and a social enquiry is then the fact that in the empirical one, one deals with only one set of rules, the ones which we develop and use in the study of the phenomenon we wish to give an account for and which simultaneosly are to allow us a dispassionate study of the facts from a detached and neutral point of view.[6] On the other hand, a social enquiry cannot be seen as putting us in the same kind of relationship between the observer and the observed (agent or phenomenon) for in knowing or having to study the context in which the behaviour acquires meaning we have to include the language of the agents in the language of our social explanation, by doing so we are taking the descriptions of the actors themselves seriously.[7]
But even doing so, the predictive claims that modern social and political sciences make and which supposedly give them the status of “science” are unsustainable for the reason that if an observer of the social and/or political wants to predict the behaviour of a certain agent, his familiarizing himself with the concepts in terms of which the agent views the situation will not be sufficient to predict any certain and unique behaviour since the notions the observer uses to predict are nonetheless compatible with the agent’s taking a different decision from that predicted for him by the observer and that is so because the outcomes in social sciences are not determined by their antecedent conditions in the given context. Moreover, it surely does not follow from this that the observer nor the agent made a mistake. Put differently, intelligibility has many various forms and not only one.[8]
The problem has been, as Macintyre addresses it regarding the possibility of having a science of comparative politics, that ‘the study of political culture, of political attitudes, as it has been developed, seems to rest upon the assumption that it is possible to identify political attitudes independently of political institutions and practices’[9] and this is a false assumption for in first place, we can only identify and define attitudes in terms of the objects towards they are directed and not vice versa. Additionally, institutions and practices depend on what certain people think and feel about them[10] in a certain context which results in the fact that we cannot take them as objects for our studies or comparisons as if they were neutral in relation to the agents which perform them. In other words, they are not simply facts which the social scholar can take as given regardless of any further considerations. This fact is once more one which does not allow us to make the law-like generalizations that science requires for its type of explanation. Moreover, Macintyre argues that the law-like generalizations that are sometimes claimed to have been made by political scientists either lack the kind of confirmation that they require or are the mere consequences of true generalizations about human rationality and not part of a specifically political science as such.[11]
If we take all these elements into account: social science being a philosophical enterprise, the distinction between the terms in which our understanding is expressed depending of the suject matter of our studies (causality vs. reasons for action), the different relationship between abserver and observed in natural and social sciences, the context-dependency of our subject matter in social studies, the language of the agent’s self-understanding that we ought to include in our social explanations and the consequent impossibility of coming up with law-like generalizations when studying social and/or political behaviour, we necessarily come down to the question about the kind of understanding which is required for an adequate explanatory account in the so called sciences of man. This only means that the differences between natural sciences and social ones do not end there. There are many approaches proposed by many authors. It is Taylor once again who studies for example the implications of taking account of the agents’ own description of his behaviour. First of all, we would require, he argues, to correctly apply the desirability characterizations of the agent himself in order to claim our understanding of his behaviour but this certainly represents the emergence of two additional problems in our attempt to get to the scientific certainty we would want our own understanding to reach. Firstly, desirability characterizations cannot be intersubjectively validated in an unproblematic way since they give way to potentially endless interpretive dispute and secondly, that these desirability characterizations are expressed in inextricable evaluative terms, that is as specifying certain things as normative for desire. It is for the given reasons that eventhough according to Taylor and Winch, in an ideal situation it is by the correct application of the desirability characterizations that we understand people, those characterizations are of little if of any help for being the basis of a science of society.[12]
The question about the kind of understanding which is required for an adequate explanatory account in the social studies and about the accurate method to achieve it has been tried to be solved by several authors in various ways. Appeals to functionalist theories (of integration for example) have been made in order to go one step further from the application of desirability characterizations and in order to escape from the difficulties that their application represent. One more problem arises then since this actually represents an attempt to finesse our understanding by using a general thesis about the subject that we are going to study which does not only imply that we are going to disregard certain aspects of the agents’ self understanding but that we are going to modify it. Even worse, even if we could validate the functionalist theory wich we had used we would still have to ask for the significance of our finding because little would we be able to explain of the actual shape of certain institutions and that is so because most of what we actually want to explain in a given society may in fact be found to be outside the scope of explanation. Thus it is futile to attempt to identify what the agents are doing with scientific language.[13]
Let us now consider the language of self understanding that we are supposed to take into account as a fundamental part of our social explanation. Strong evaluations are involved in this language, strong evaluations in form of commitments which we cannot simply extract and which actually put us in an additional problem, namely the one which arises when we as observers do not share those commitments. This is a rather obvious point to be seen since when we explain the actions of people whose ontology we do not share we find that that language is full of wrong, distorted, incoherent, misleading or inadequate value/ontological commitments.[14] The actual account of what the agents are doing or did would then be given in terms of our own ontology, an ontology which would not only discard the agents’ own positions but would also treat them as highly corregible since we would ultimately regard them as wrong from our own perspective. This would evidently be anything but a value-free science, a point to which I shall return later.
In the search for objectivity and a wertfreie science of the social neutralism came about with its idea that regarding strong evaluations we cannot speak of truth of the matter. Neutralism appeals to a dispassionate use of the language without being commited to ‘the pro-attitudes which accompany this language in the agent’s discourse’[15] Science in this case is supposed to remain neutral since it treats the strong evaluations or commitments as based on a confusion and as mere pro attitudes reflected in the evaluative language. But this approach is clearly incompatible with understanding because it tries to apply a ‘canonically transposed language in which all the criteria of application of terms are neutral’[16], the language is not the same as the original since its descriptive terms have been cleaned up.
The evaluations included in a given language are to be seen and considered in the context of a form of life, a form of life which is obviously not to be affirmed or denied since it is a fact, it is how people in fact live. In other words, we cannot abstract ontological commitments from any utterances, on the contrary, we can only understand them in the context of the whole form of life which therefore becomes our unit of judgment and forms of life cannot be true nor false, they are simply what they are, what we or they do.
Winch,Taylor, Skinner, Collingwood and other authors have proposed different solutions to the way in which we gain understanding in the sciences of man. No consensus can be reached as for which is the accurate methodology to use. And the problem seems to be a never ending one since no science of politics or of society seems to be able to emerge from the fact that choosing a certain methodology automatically implies adhering to a philosophical theory on which validity (not testable in an unproblematic way) our work will depend.[17] Social sciences are inextricably philosophical and value laden. The explanatory framework we choose in order to approach our selected subject matter impacts on the kind of explanation that we end up with. Theoretical frameworks tell us what needs to be explained and by what kind of factors, they set the crucial dimensions through which the phenomena at study can vary. Moreover, the theoretical framework we adopt represents a value position in which a certain hierarchy or array of things prevails as we see it and which will lead the course of our studies.[18] Every study of society or of politics can therefore not be seen as value free or value neutral. In fact, as Macintyre rightly puts it, the ‘insistence on [political studies] being value free involves the most extreme of value commitments.’[19] Hence, there is a direct correlation between the framework we adopt and the value judgments that it implies, the built in value slope that it represents. Any certain framework is commited to a normative view and to a conception of the human needs, purposes, goals, and alike. Assuming a certain approach requires to assume its consequences on the outcomes and we cannot forget that a reason (to adopt a certain framework for example) is always a reason-for-somebody, a somebody who finds it a reason for him since he has accepted the implied values in it. Moreover, explanatory frameworks applied to society or politics secrete a notion of good and not only a value slope and this values and notions cannot be overridden without removing the explanatory framework as well. Once again we see that there is no single method which like in physics can lead the sociologists or political scholars to the neutral, dispassionate and value free study of their subject matter. We cannot predict and we cannot easily prove anything in these realms. And even if we could, our predictions would be so limited in their scope and extension that we could never pretend them to reach the level of generality and objectivity that science requires from its findings and for its purposes, we cannot claim to have the kind of knowledge that science is supposed to yield.
There is therefore no way for us to approach the social and/or political phenomena from a pure scientific and therefore value free and detached perspective. There is no way to ‘step outside our community long enough to examine it in the light of something which trascends it, namely, that which it has in common with every other actual and possible human community.’[20] There is no reality without understanding and without language but these two are context dependant once again. There are in other words no essences waiting to be discovered or rediscovered and to think so is to seek comfort in the illusory idea that human history has a path to follow in which it developes itself into something superior overcoming the distinction between the natural and the social, that would be in terms of Rorty, to exhibit a kind of solidarity which would then not be parochial because it would be the expression of an ahistorical human nature.[21] Such a nature does not exist. The rules of rationality are then not being given from the outside but are defined by the local cultural norms of the social phenomenon we study and these are the ones we have to apply. There is a feedback so to say between the observer and the observed unlike in the natural sciences where the phenomena are presented to the scientist in an immediate relation for him to study.
The study of the social and/or the political is a philosophical activity in the form of a discussion of terms, concepts, ideas and principles. When we study them we have to approach them from a historic point of view, taking into account what the agents meant or intended to mean and the way in which they understood what they were doing. Whether one does so by the use of a rational, historical, geistesgeschichtliche or intellectual reconstruction will obviously make a difference in the nature of our results[22] since as we have seen, the choice of a certain theoretical framework impacts on the methodology we deploy to study the phenomenon we want to analyze as well as on the spectrum of relevant elements that we will consider in our study and most importantly, it makes us assume a position from inside a certain value slope, neutrality vanishes and we take positions and eliminate possibilities. We can always commit anachronisms, parochialisms, historical absurdities, we can correct authors and utterances or may be not but we are like Skinner says, definitely and unavoidably set in approaching any given writer or author by the characteristics of the discipline to which he is said to have contributed.[23]
When we discuss politics we engage in politics, we are defining what counts as political and what does not but the language we use, contrary to what one would believe is of the same kind as the one which is used by the agents we intend to analyze, we engage in a debate with them and shape value principles, assumptions, terms, concepts and ideas. Specifically in politics more than in any other branch of the social those concepts are contested ones for disagreement is an element inherent to the political. There are no perennial questions, there are just the questions that we in our tradition have to face and answer, there is no uniformity to be found, everyone has a position which is not only context biased but his activity is of a kind that it engages in the disagreement, it cannot be neutral, it cannot be detached. Political agents use concepts which are inherently contested or with a built in contestability. Concepts which like Gallie says[24], are appraisive, variously describable, open in character and which are used both defensively and aggressively. Moreover, these concepts seem to be derived from some kind of an original exemplar whose authority is acknowledged by all the users of the concept and the continuous competition between them for acknowledgement enables the said exemplar to be sustained or developed to its possible best. These concepts themselves and their sui generis use reflect the disagreement. The reality is shaped by language so there is nothing outside from us. A science of politics is therefore a chimeric thought. There are no law like generalizations to be made in society and therefore not in politics either, there is no unique method, no perennial questions to be solved, when we analyze the political we engage in the same activity as the agents we analyze, we take sides. The philosophy which we would require to apply in order to study the political would be political itself and there is no way out of that.

Bibliography

Gallie, W.B., (1956), Essentially Contested Concepts, in Proceedings of the Aristotelian Society, Harrison & Sons., London

Macintyre, Alasdair, (1971) in The Philosophy of Social Explanation, A. Ryan (ed.), (1973) Oxford University Press, London

Minogue Kenneth, Method in Intellectual History in Tully, J. (ed.) Meaning and Context, (distributed photocopies)

Rorty, Richard, (1984), The Historiography of Philosophy. Four Genres in Rorty, J.B. Schneewind and Skinner, Q. (eds.), Philosophy in history: essays on the historiography of philosophy Cambridge University Press

----------, (2002) Solidarity or Objectivity? in Cahoone, L. (ed.) From Modernism to Postmodernism, Oxford, Blackwell

Skinner, Q., Meaning and Understanding in the History of Ideas in Tully, J. (ed.) Meaning and Context, (distributed photocopies)

Taylor, Charles (1967) Neutrality in Political Science in The Philosophy of Social Explanation, A. Ryan (ed.), (1973) Oxford University Press, London, p. 140

----------, (1981) Understanding and Explanation in the Geisteswissenschaften in Wittgenstein: To follow a rule, S.H. Holtzmann and C.M. Leich (ed.) Routledge, London

Winch, Peter (1958), The Idea of a Social Science and its Relation to Philosophy, second edition, Routledge, London


[1] See Winch, Peter (1958), The Idea of a Social Science and its Relation to Philosophy, second edition, Routledge, London, p. xi
[2] Cfr. Íbid., p. xiii
[3] See, Íbid., p. 3
[4] See, Íbid., p. 3-6
[5] See, Íbid., pp. 42-44
[6] See Taylor, Charles (1967) Neutrality in Political Science in The Philosophy of Social Explanation, A. Ryan (ed.), (1973) Oxford University Press, London, p. 140
[7] See, Taylor, Charles (1981) Understanding and Explanation in the Geisteswissenschaften in Wittgenstein: To follow a rule, S.H. Holtzmann and C.M. Leich (ed.) Routledge, London, p. 191
[8] Winch, Peter, Op. Cit., pp.91-93
[9] See, Macintyre, Alasdair, (1971) in The Philosophy of Social Explanation, A. Ryan (ed.), (1973) Oxford University Press, London, p. 172
[10] See Íbid., p. 174
[11] See Íbid., p. 178
[12] See Taylor, Charles (1981) Op Cit., pp. 192-193
[13] See, Ídem., pp. 194-197
[14] See, Ídem., pp. 198-199
[15] Ídem., p. 201
[16] Ídem., p. 202
[17] See Minogue Kenneth, Method in Intellectual History in Tully, J. (ed.) Meaning and Context, p.187 (distributed photocopies)
[18] See, Taylor, Charles (1967) Op. Cit., p. 150
[19] See Macintyre, Alasdair, Op.Cit., p. 188
[20] Rorty, Richard, (2002) Solidarity or Objectivity? in Cahoone, L. (ed.) From Modernism to Postmodernism, Oxford, Blackwell, p. 448
[21] Ídem.Rorty uses solidarity in opposition to objectivity implying that in the former we look forward to give sense to our lives by placing them in a larger context, that of a community which is obviously context biased.
[22] See Rorty, Richard, (1984), The Historiography of Philosophy. Four Genres in Rorty, J.B. Schneewind and Skinner, Q. (eds.), Philosophy in history: essays on the historiography of philosophy Cambridge University Press, pp-49-68
[23] Skinner, Q., Meaning and Understanding in the History of Ideas in Tully, J. (ed.) Meaning and Context, p. 43 (distributed photocopies)
[24] Gallie, W.B., (1956), Essentially Contested Concepts,in Proceedings of the Aristotelian Society, Harrison & Sons., London, p. 171-180.