Si tuviera la inmensa suerte de ser el ladrón de sus noches renunciaría a la eternidad.
Si el dolor de verla sin comerla y desayunarla y cenarla no fuera como una opresión en el lado izquierdo de su pecho quizá seria más sencillo arrastrar su vida por las callejuelas apenas alumbradas de su mente.
Si no se hubiera ido, el sol no se pondría. Jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario