Me aterra y da tristeza la gente demasiado estructurada, desde siempre. Los veo y no puedo sacarme de la mente la idea de que son personas que tratan de escapar a la contingencia humana, a lo espontáneo, ... y lo que es peor, al individuo dentro de ellos y de los que les rodeamos.
Me aterra y genera una profunda sospecha el idealismo. En su nombre, se han cometido atrocidades y a la hetérea imagen de sus arbitrarios contenidos se ha pretendido moldear sociedades. Me entristece el idealismo porque está condenado a la frustración. Porque la búsqueda de elíxires obedece a otros estados civilizacionales, a platonismos incongruentes con una visión humanista y pragmática.
Abrazar la humanidad dentro de nosotros es asumir la contingencia y amarla por ser nuestra, es luchar contra corriente por mil años para conseguir un breve remanso de unos días si es necesario, es encarar las bonanzas y las tormentas con igual pasión, es levantarse para usar el tiempo y no dormir despierto, es comprender, pero sobre todo, vivir el hecho de que no hay sentido de la vida sino sólo el que con actos y no palabras, ponemos nosotros en la vida, día con día.
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