Iba completamente exhausto.
La jornada había sido larga y el tráfico estaba por variar imposible a pesar de la infinidad de maniobras que, el adolescente chofer del pesero, hacía para avanzar más rápido que sus compañeros de ruta y así, ganarles el pasaje.
Llevaba despierto desde las tres de la mañana. El camino a la mina era largo y el transbordar dos veces era complicado con tanta gente en movimiento tan temprano.
Además, Don José lo había apoyado en los dos últimos meses permitiéndole doblar turnos en algunas ocasiones y en otras, suplir las ausencias de Pedro el de la tolva. Por eso, siempre era el primero en la reja a las cinco en punto. No podía fallarle a su patrón.
Desde la llegada del niño hace ocho meses se las habían visto muy duras. Sobre todo, porque él había tenido que salir del torno en que trabajaba porque a su patrón lo había embargado el banco por dinero que si bien debía, no podía pagar por la situación económica y la enfermedad en que cayó su esposa.
Para no despegarse del niño, ella ayudaba a lavar y planchar ajeno a Doña Luisita, la viejecita que ya no podía ni con su alma pero diligentemente recorría de modo semanal las calles que desde niña conocía para que las entonces niñas y hoy señoras de la casa, le dieran las docenas de ropa que debía dejar límpida y devolver planchada. La ropa tendida semejaba blancos espectros que imploraban con los brazos tendidos apuntando al cielo en aquellas horas en que ellos ya no podían.
Su sonrisa resaltaba entre los rostros adustos y secos del pesero. Don José le había prometido que la próxima semana podría suplir a Pedro dos días. El dinero lo usaría para...
En el primer transbordo se tomó veinte minutos para comprar no una sino dos latas de leche para el niño, dos bolillos, dos banderillas y una concha de chocolate para que ella se tomara su café.
Un crucero. Alto. La bolsa de papel en su mano con el pan golpeó contra una de las personas que se recorrió hacia atrás del microbús. Dos muchachos. Intuición...
- Nadie se mueva o se los lleva la chin...!!!
La puerta trasera del microbús estaba abierta. A dos cuadras de su ultimo transbordo estos tarados no iban a impedir que llegara a casa...
Nunca vio a un tercer muchacho que había entrado por donde pretendía salir. - A dónde?!!
Esa sensación caliente y helada le empezó a llenar el vientre. La puñalada había tocado varios órganos.
Cayó. Rodó fuera del pesero. Alcanzó todavía a sentir una mano que le despojó de su cartera y escuchó las latas de leche caer y rodar.
La vida. Ella. Su niño...
- Ya mi niño. No llores vida mía. Ya viene tu papi. Se que tienes hambre pero duérmete un ratito y verás que se te olvida.
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