diciembre 29, 2010

Preocupaciones divinas

Hace algunos días, acercándose la Navidad me surgió la interrogante respecto de la necesidad de impregnar a mis hijos de una idea de Dios cuando yo mismo carezco de ella. Y evidentemente no significa que no tenga un concepto respecto del vocablo como tal sino que quizá prefiero ser más humanista en el sentido más literal de la palabra. ¿Navidad sin religión? Podrá parecer excéntrico pero en mi postura pragmático humanista me parece razonable al menos una vez al año respirar el ambiente tan especial que acompaña a esta época del año y que parece dibujar una muy especial sonrisa en el rostro de todos por un par de semanas, un halo de esperanza en la bondad humana es para mí la Navidad amén de los incontables y hermosos recuerdos que mis padres con no poco esfuerzo y milagros dignos de Reyes Magos y Santos en algunas ocasiones, se encargaron de darnos a mi hermano y a mí y que hoy con una inenarrable alegría revivo a través de mis hijos.

Es claro que tal posición agnóstica es el producto de diversas experiencias de toda índole que me llevaron a tomar ciertas decisiones en determinados sentidos respecto de la forma en que habría de vivir mi espiritualidad. Ese no es el tema aquí. La pregunta gira en torno a la necesidad de acercar a los niños a la experiencia religiosa cuando me parece que la misma es de cierta forma parecida a la afición futbolística y a un sinfín de cuestiones sociales, es cuestión de contexto. En casa de mis padres nunca hubo una postura religiosa practicante aunque si creyente y jamás nos detuvo en casa la transmisión de un partido de futbol por televisión y a mi padre jamás se le ocurrió escuchar un partido por la radio. En consecuencia, el futbol me desagrada pues afecta el tránsito rumbo a mi casa (siempre he sido sureño y el Azteca y el estadio universitario están por allá) y el relajado enfoque hacia la religiosidad en la casa paterna combinada con determinadas influencias, lecturas y demás situaciones devinieron en mi posición agnóstica.

En tales circunstancias, quizá valdría la pena preguntarse primero respecto de la viabilidad de que alguien en mi posición trate de poner en contacto a sus hijos con alguna experiencia religiosa. ¿Algo necesario? Hay quienes sostienen que es una vía de depositar cierta moralidad en el individuo con la ventaja de que en edades tempranas la apelación a figuras y criterios de autoridad más fácilmente puede modelar determinados rasgos de la personalidad por cuanto a orientaciones éticas relevantes e ideas de virtud y justicia. ¡Vaya tarea la que ha sido encomendada a la instrucción religiosa! ¿Honorable labor en lo ideal? Sin duda. Sin embargo, y eso puede ser algo que tiene que ver con mi personalidad, me resultaría demasiado sospechoso si fuera necesario. Tendría que aceptar que hay EL camino y que hay cavernas e ideas absolutas que sólo unos cuantos elegidos por motivos místicos o ignorados por todos los demás, pueden observar en su grandeza para después compartirlas con nosotros los pobres mortales e iletrados. Quizá, y eso es lo que más me preocupa, tendría que negar que la lucha puede darse desde otro frente con igual efectividad y honorabilidad por difuso que este último término suene.

Posiblemente se requiera más pláticas, tiempo y más esfuerzo para que un niño comprenda eventualmente, sin apelar a una figura de autoridad externa (por benevolente que se le presente), que existen valores a los que hemos dado contenido nosotros, los humanos, a través del tiempo y en muchas ocasiones a costa de cientos y hasta millones de vidas. Quizá la incipiente noción que tiene mi hijo mayor heredada de mis padres de que dios es alguien bueno que nos cuida a todos, sea una forma poética y hermosa de recordarnos a todos que debemos cuidarnos el uno al otro, que la solidaridad es un sentimiento que en la historia ha tenido grandes y notables ejemplos en los que se ha materializado y nos han conmovido aún en los peores escenarios y situaciones. Y es que quizá podemos acercarnos más por un camino diferente al contacto con el otro, al intento por comprender que devenga en colaboración y mutua ayuda con independencia de la arquitectura del templo o el nombre del libro. Quizá la clave está en la congruencia y el ejemplo, exigencias difíciles de mantener en ocasiones pero que sin duda, son común denominador de cualquier camino por el que se desee transitar en el proyecto de dotar a los hijos de elementos para que ellos mismos formulen sus decisiones de un modo informado cuando ello proceda. O quizá, es sólo que creo en mi proyecto de crear a dos hombres respetuosos de la alteridad y la diversidad en todos los ámbitos y cuyo centro esté puesto precisamente en el Otro y en las consideraciones y respeto que deben tener a sus posiciones ontológicas y epistemológicas para poder exigir iguales consideraciones a las propias.

La necesidad de usar una determinada serie de caminos me parece superada ante la validez de cualquier camino que sea congruente y considere al Otro como fuente y destinatario de la justificación de nuestras acciones como producto de una idéntica consideración y valoración de él frente a quien actúa. El respeto, la solidaridad, la ayuda, la sustentabilidad, la ausencia de corrupción y la pacífica resolución de todo tipo de conflictos quizá serían realizables así sin dar mayores ocupaciones, lata y preocupaciones a las divinidades.

diciembre 28, 2010

Evaluación anual

El único verdugo real de la humanidad lo es como Nietzsche lo señaló, el tiempo. Los años implacablemente transcurren y se quedan en cada marca de cada gesto de cada rostro.

Y es que en el gozo de ver crecer a los hijos se encuentran resumidas las esperanzas que persiguen mil esfuerzos. Ha sido un año difícil pero sin duda siempre se puede estar en una situación más precaria y en lo personal debo agradecer a la vida por permitirme proveer a las necesidades de los míos. Sin embargo, como padre me preocupa el futuro de mis hijos y es que hay tareas pendientes e ideas en el tintero que deben salir de ahí, que deben tomar forma de empeño y de acto, la potencia es una mera idea. En menos de año y medio estaremos como país envueltos en la vorágine política de la renovación de poderes de la Unión.

La evaluación periódica o anual es una obligación razonable de quien pretende mejorar lo que ha hecho. Constituye un elemento sin el que no se puede comprender una planeación estratégica efectiva. Interiorizar el impacto de nuestros actos presentes en las generaciones venideras o en ciernes, es de igual modo una obligación histórica de cada generación en su paso por la vida. Es quizá la trascendencia misma o la forma de materializarla. No es necesario ser actor público, político afamado (con independencia de los motivos de la fama), senador, diputado, Presidente de la República o concesionario de algún medio masivo de comunicación, la responsabilidad ciudadana deviene de la Constitución y de las prerrogativas de las que se goza por ostentar tal carácter al amparo de las disposiciones legales aplicables. Es claro que no se trata de una obligación meramente formal que deba ser letra muerta al trasladarse al terreno de los hechos.

El voto no puede ser un mero trámite y su recuento un proceso aditivo formalista para adjudicar posiciones de conformidad con cierto procedimiento aunque desde un punto de vista estrictamente práctico eso sea.

El ejercicio del sufragio es un pronunciamiento político, implica posicionarse políticamente respecto de cuestiones que tienen que ver con el modo en el que nos relacionamos al interior de nuestro país como individuos y órganos y con las posiciones que se postularán y deberán defender en el ámbito internacional por los representantes nacionales ante los diversos organismos de derecho internacional. Pero dejemos el argumento, que de por sí es difícil plantear en términos que no suenen aspiracionales o idealistas, tan sólo a nivel nacional. Amén de las desigualdades existentes en materia de oportunidades de toda índole, evaluar es una tarea inherente al hombre, una condición y tarea precargada como software en el cerebro humano y producto de la capacidad pero también necesidad de adaptarse que nos ha llevado a poblar el planeta entero.

Es innegable que en tales condiciones, los mexicanos como todos, evaluamos y ejercemos decisiones. Sin cuestionar la validez de diversas posiciones que pudieren existir y susceptibles de ser argumentadas en términos razonables de frente a sus eventuales opositores ni la posibilidad de existencia de posiciones radicales que por constituir datos aberrantes estadísticamente hablando sacaré del modelo que pretendo exponer, parece al menos intuitivamente que debe haber algún método o ciertos elementos necesarios en una evaluación razonable de las opciones políticas existentes y uno de dichos elementos sostengo que debe ser el ejercicio de la memoria de largo plazo. Una generación generalmente se contabiliza en periodos de diez años y los cambios sociales no se dan en el corto plazo. Las situaciones contrarias a nuestras expectativas sin duda frustran en el hoy pero no deben ser desaliento para el mañana. Los oasis no existen en política, son meros espejismos. Sólo el trabajo continuo y arduo que predique en el ejemplo dado a los pequeños es lo que sembrará en ellos una actitud cívica diversa, es lo que producirá mejores ciudadanos, mejores mexicanos. Estadísticas van y vienen, tendenciosas, con agenda o sin ella. Las evaluaciones en diversos ámbitos sociales de nuestro país no han sido de lo mejor. ¿Motivo para criticar? Sin duda, pero con responsabilidad. Si se ha de ser flamígero en la acusación se debe ser transparente en el ejercicio del poder y en la rendición de cuentas. La pobreza extrema que se vive en regiones pauperizadas del Estado de México y Veracruz por ejemplo, bastiones tricolores por excelencia, es soslayada o cínicamente ignorada por la telenovela y el caciquismo respectivamente mientras gastan dinero en campañas personales a manos llenas.

Nadie aspira a una política setentera de mítines y acarreos corporativistas que a nadie beneficiaron, la forma de hacer proselitismo sin duda ha cambiado grandemente con la llegada e intensiva utilización de medios de información masiva y más recientemente con internet. El punto es quizá que la venta de un producto político fabricado como necesidad ad hoc por parte del Grupo Atlacomulco me recuerda a personajes siniestros y obscuros de la política mexicana de la segunda parte del siglo XX. Ese es el nivel de renovación que hay tras los tricolores. Renovación que pretende obviar las explicaciones pendientes que tendrían que dar ante la situación que cuando menos, toleraron los regímenes príistas por décadas y que pusieron a diversas plazas del país en manos de la delincuencia organizada. Con independencia de que posiblemente haya habido desaciertos, es pueril plantear que en diez años de presuntos desatinos que se le imputan a los gobiernos blanquiazules, la situación ha llegado a lo que hoy vivimos. Es ridículo, pero no por ello dejan de intentar cómodamente obviar tal discusión que me queda claro que en este punto ya no es relevante a futuro pero si un elemento de valoración que debe contemplarse al escuchar discursos maniqueos de quienes nada hicieron por detener la escalada de las bandas delincuenciales que hoy nos flagelan pero se pronuncian por repensar las estrategias en materia de combate al crimen organizado.

¿Repensar? ¿Cómo se repiensa eso sin implícitamente evaluar renunciar como Estado a la obligación fundamental del mismo y que es la salvaguarda de la integridad física y propiedad de los ciudadanos? ¿Cómo se repiensa el ejercicio de la facultad coercitiva con que cuenta el Estado para mantener la paz social? Es tanta su insistencia en ello que creo entender por qué. Posiblemente se trate de la recomendación que formulan con base en la experiencia propia, con base en la negligencia de la cómoda inacción, de la complicidad resultante de no hacer lo que se debía en el mejor de los casos y de participar de los frutos de lo ilícito en otros tantos pues es claro que no se llega hasta este sitio en dos décadas. ¿Será que el corporativismo tricolor de antaño que todo lo avasallaba fue capaz de aglutinar también a los peores grupos de delincuentes y mantenerlos aparentemente a raya?

Evaluar, ponderar. Se avecinan tiempos difíciles para la República como cierto personaje de Lucas diría. Tiempos de responsabilidad que debemos a los que hoy juegan en nuestros patios y jardines pero también a quien no vemos a diario pero no por ello padece menos marginación. Tiempos de decidir por nosotros y por nuestro futuro, de ver e imaginar que algún día quizá debamos explicar nuestros actos a los que han de llegar. ¿Cómo les diremos si fallamos que recién andadas dos cuadras por un nuevo sendero extrañamos la oscuridad de siempre y que su futuro no nos importó más que nuestro hoy?


Marcos Joel Perea Arellano



diciembre 17, 2010

Desencanto y pluralismo de valores

Actualmente, un tema central en materia de filosofía política y moral es el del pluralismo de valores. Y es que la realidad política sabemos que supera por mucho a la ficción y con ello surge un común denominador en la teoría política desde Weber, el desencanto. Desencanto que conduce a un pluralismo  casi inversamente proporcional de cierta forma a lo profundo del primero en las sociedades modernas. Semejante postura y visión la encontramos en uno de los más relevantes pensadores políticos y morales del siglo XX. John Rawls al igual que Weber y Berlin (sólo hay que leer el título de su libro The Crooked Timber of Humanity"), me parece que desconfía tanto en A Theory of Justice como en Political Liberalism de la idea del bien común desde el momento en el que afirma que en la filosofía política, la labor de abstracción es puesta en movimiento por profundos conflictos (Rawls, 1996, Political Liberalism, p.44). Conflictos que se agravan sin duda en el contexto tan especial que tiene hoy en día lo que podríamos denominar quizá la cultura democrática moderna y las características que a ésta han dado en la última década sobre todo, los medios masivos de información y la incesante y vertiginosa tecnologización de las sociedades.

Rawls, parte así de la idea de la crisis generada por la Reforma y el desarrollo del Estado moderno y las ciencias, como conflictos que sirvieron de motor o mejor dicho quizá, detonadores de cambios profundos en la forma en que los individuos se coordinan en lo político tras el reconocimiento no sólo de los conflictos subyacentes en las sociedades, sino de la necesidad de avanzar a partir de ellos a formas diversas de relacionarse con el objeto de subyugar al miedo o desencanto que genera la idea del resultado en caso de no hacerlo. De ahí que Rawls pase del planteamiento teórico de un consenso social más amplio en A Theory of Justice a un consenso sólo en lo político en Political Liberalism al reconocer la existencia de esferas de las vidas individuales y colectivas que contienen a su vez, posiciones ontológicas irreconciliables, es decir, al reconocer el pluralismo de valores y principios.

La postura rawlsiana propone así una visión de lo que se podría, con fines explicativos y en ese sentido instrumentales, denominar "universo moral", como un lugar carente de un sentido objetivo inherente. El pluralismo se convierte así en un elemento dado que no puede ser sustraído por medio del razonamiento o desaparecido explicativamente. El pluralismo de valores sin embargo, no es sinónimo de relativismo y el uno no implica al otro pues el último no va al fondo que es la existencia y sobre todo, igual validez con que se pueden ponderar y que guardan los valores al ser unos puestos de frente a otros. Tal relación entre valores se debe a la falta de una medida objetiva que permita ordenar o jerarquizarlos y al hecho derivado del pluralismo de valores mismo y consistente en que no hay tal cosa como el bien común y que pueda servir como Bien para todo individuo y sociedad. En ese sentido, es de reconocerse que sin embargo, la mayoría de los teóricos que de algún modo se han ocupado de este tema reconocen la existencia de ciertos bienes básicos en el sentido de que deben formar razonablemente parte de toda vida humana y una legítima y gran variedad de bienes, culturas, religiones, preferencias sexuales o simplemente de propósitos que es válido perseguir o buscar, situación que contrasta con las teorías monistas que reducen todos los valores bajo la sombrilla de una escala o medida común o tratan de generar una jerarquía para ordenarlos.

La pluralidad de valores se presenta como el único camino existente y en un país como México, con la diversidad de etnias, lenguas, usos y costumbres, una necesidad. No hay un bien común ni un lugar cierto y único al que nos lleve lo que curiosamente llamamos progreso, quizá tan sólo somos una espiral cuyos puntos se mueven a su vez en espirales sin que la geometría tradicional pueda describir tales diseños, quizá se necesita teoría de fractales para aproximarse a ello, un lenguaje nuevo. Términos de una convivencia diversa en la que sin perseguir progresos impuestos y en la que nadie diga conocer el destino, caminemos en el rumbo que mejor nos convenga a cada quien respetando las mínimas reglas que nos permitan garantizar a todos precisamente eso.
Marcos Joel Perea Arellano

diciembre 14, 2010

De representación política y otras cosas

La crisis de la representación política no es un tema novedoso. El tránsito de la democracia directa a la representativa masificada e intensiva a grado superlativo en el uso de tecnologías de información masiva ha traído costos diversos a los sistemas políticos. El más grave en mi opinión, el costo de la desvinculación entre las dos partes en la relación que surge de la representación política, es decir, el abismo que separa al representado del "representante."

La afirmación anterior en nada desplaza en su importancia o pretende ignorar la existencia de otros costos preocupantes por su cuantía y en los que también se incurre en el modelo mexicano cuando la situación económica nacional no es precisamente la más afortunada. Sin embargo, pretendo en estas líneas limitarme a formular ciertas consideraciones en torno a la dramática distancia que existe entre los electores y los cargos de representación política. Distancia que es evidente en los niveles de abstencionismo existentes en los últimos procesos electorales federales y en los resultados recientemente dados a conocer por Transparencia Internacional en materia de corrupción y percepción nacional de la misma y conforme a la cual, instituciones fundamentales de lo que actualmente se entiende como un Estado democrático de Derecho como lo son el Poder Judicial y los partidos políticos, son vistos por nosotros mismos como generadores, receptáculos y fuente de corrupción.

Las instituciones formales por su lado, más por una tradición jurídica que no se justifica hoy en día, han mantenido ciertas modalidades de reelección en un calabozo y se ha decidido implícitamente con ello, generar incentivos perversos que no hacen sino mayor la distancia entre representados y representantes al impedir lo que por desgracia carece de una traducción literal al español (no creo que sea del todo casual), la "accountability" que mucho dista de ser meramente un concepto de responsabilidad y atribución de la misma a sujetos determinados a través de medios jurídicos formales. Se trata de una rendición de cuentas en un sentido más amplio que de cierta forma considero que se funda en las prácticas éticas y de moralidad institucional de cada país y el nivel específico de desarrollo de las mismas en el sentido rawlsiano de generación de un consenso en lo político con fines prácticos (no utilitaristas) y dejando de lado posturas ontológicas irreconciliables.

Ahora bien, si a los anteriores factores sumamos los penosos involucramientos de representantes populares con líderes de organizaciones criminales y sus evasivas e indolentes actitudes una vez conocidos dichos vínculos, no tenemos sino el caldo de cultivo perfecto para la descomposición final de la representación política. Un escenario en el que el diálogo no existe entre ambas partes de la relación sino que cada una de ellas trata de sobrevivir por sí. El problema es que los en estas condiciones pseudo representantes populares, cuentan con los medios para lograr tal objetivo mientras que los electores no son tan afortunados y en su carrera, se desapegan aún más por desinterés, de quienes en cualquier caso perciben como distantes salvo por la ocurrencia de cada proceso electoral.

La responsabilidad en el sentido de la accountability es una cultura que debemos aprender y hacer permear en nuestras sociedades en las que a veces parece que se ha desdibujado con nuestra complacencia la frontera entre lo razonable y lo que no lo es. Y es que en una sociedad civilizada en el sentido político de la palabra, no caben prácticas truculentas ni evasivas, las instituciones son contundentes y no toleran la corrupción en ninguna de sus formas. Si nos encontramos en desventaja ante la falta de incentivos formales para generar una conciencia en tal sentido en los políticos, podemos cuando menos ejercitar nuestra memoria un poco más y darnos cuenta del impacto que tal cinismo tiene en la estructura y el andamiaje institucional y social en el hoy. Al hacer tal ejercicio y sancionar a través del voto, quizá entendamos que no es momento de voltear atrás o hacia posturas redentoras de corte mesiánico. La situación del narco en nuestro país no surgió en los dos últimos sexenios, es un lastre consentido, apapachado y tolerado por anteriores regímenes cuyos descendientes pretenden ahora demeritar una lucha cruenta pero necesaria, se trata de peligrosos oradores que venden una paz mucho más costosa. Una paz cuyo precio somos nostros mismos.

Se avecinan dos años llenos de contiendas electorales en todo ámbito. El banderazo aunque no formal ha sido dado. Los tapados no se esperan a ser destapados, las ansias fluyen. No hay salvación en la inacción. Votar no es sólo una prerrogativa ciudadana, a mi modo de ver implica una obligación civil y debería cuando menos, entrañar algún ejercicio de memoria y conciencia que aprendan de los errores.