Para Leonor Hernández Millán
No recuerdo con claridad el momento preciso … Sólo estaba aquí. Sentado. Mis padres a mis flancos. Personas iban y venían. Unos permanecían más que otros. Algunos pasaban sólo de largo tras pronunciar entre dientes un saludo. Los más, ni siquiera eso. Llegó mi hermano al poco tiempo, las ventanas dibujarían correrías, aventuras, infantiles preocupaciones que en el mundo de los adultos no son tales.
Unos suben y otros bajan siempre de uno en uno y todos, en estaciones siempre diferentes. Personas se sentaron a mi lado y compartieron instantes, otros días, unos meses y otros lo que parecieron años o palabras, ideas;… otros simplemente callan o callaron.
Ningún lugar permanece vacío por largo tiempo en el vagón. El tren para sin parar. Viaja sin viajar. Varias veces he tratado de asomarme por la ventana en alguna curva hacia atrás y hacia adelante pero no he logrado ver el frente de aquel tren o el último de sus vagones, continúa hacia atrás y hacia adelante perdiéndose en las nieblas de los recuerdos desgastados y las incertidumbres venideras.
El silbato se escucha, seguimos, mis hijos recién se acaban de sentar a mi lado, sólo espero que su viaje sea largo y que al bajar yo, me despidan con una sonrisa, un beso y me recuerden por un par de estaciones en su viaje.
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