Se sentó en el último de los escalones.
Con los dedos doloridos por el frío, hurgó entre las monedas que traía en el bolsillo izquierdo de la chamarra tras cinco pesos mientras su otra mano colocaba el cigarro entre sus labios. No era el mejor momento para decirlo pero debía hacerlo.
Postergarlo era no sólo absurdo sino cruel.
Dio una larga bocanada y se puso de pie. El viento helaba su cara cortándola mucho más allá de lo aparente. Hacía tiempo que soplaba ya en esa dirección a pesar de su resistencia a ser parte de lo que al principio veía como inercia...
La moneda cayó y con ella su decisión. Lápida o no.
Del otro lado, su voz... y en el fondo de sus ojos,... la bruma se perdió.